Cuando no había nada de esto de “maltrato infantil”, “maltrato institucional” y mucho menos “maltrato” del que existe hoy día mis viejos fueron (y lo son) padres ejemplares. Mi madre “ronera” hasta el túetano, mi padre “cervecero” de a verdad (India y Schaefer), mayaguezanos al fin me criaron con el aroma peculiar de malta de la Cervecería India (hoy Cervecera Nacional), la quema de caña y nuestra nieve negra y ¡cómo no! el fresco hedor de las atuneras. Años después aprendí que un “Silan” no era un “eighteen wheeler” si no la marca del camión “S-E-A-L-A-N-D”.

Pues les cuento, que mi viejo (Don Junior) se crió en la playa de El Seco de Mayaguez y me contaba que de muchacho su dieta consistía de pescado, ostras y cuanta criatura oceánica se dejara devorar. Que de hecho, es una de mis experiencias favoritas cuando salimos a comer, con esa complicidad de hija-padre de “no se lo cuentes a tu madre que no la invitamos”, verlo devorar el chillo entomatado más grande que el mesero le pueda traer. ¿Han visto como se ve el esqueleto del pescado en los muñequitos? Así mismo lo deja él, hasta los ojos se chupa….

La fila de negocios que comienza en Joyuda hasta extenderse a Cabo Rojo ha sido frecuentada en inumerábles ocasiones por la familia Morales-Ocasio. Desde El Gatito, hasta El Bohío, desde Perichis a Tony Restaurant y por ahí hasta llegar a pernoctar en los motelitos del área. ¿Pero si soy de Mayaguez porque dormir todos apretujados en un motel en Joyuda? Porque mis viejos, mis santos viejos les gustaba beber, pero beber con “b” larga hasta exudar 151 por los poros. Ahora no se crean, que a sus sesentaitantos no son alcohólicos, ninguno de los dos. Son más adictos a los medicamentos que su edad propicia;  má de vez en cuando viene a casa y le dice a mi maridito que le prepare un “whiskisito”, pá, ni la cerveza se da. A veces lo logro sonsacar con una copita de vino tinto o sangría.

Pues les contaba que eso del “maltrato infantil” ni se oía mentar. Mis viejos supieron correr cuanto chinchorro había en Cabo Rojo, Mayaguez, Fajardo, San Juan, Humacao hasta volver a empezar con nosotros. Tres muchachitos, tres hijos. Un adolescente, un pre-adolescente y una niña. En cuanto chinchorro se paraba sacaban el “playard” y ahí me tiraban.  A los dos más mayorcitos se les daba “par de pesitos” para que se entretuvieran pero a mi, de cabeza en el corral. Si oscurecía, mosquitero por encima del área cercada para evitar los “majes” de la orilla de la playa de Joyuda. Y ahí, acurrucada con las canciones de la vellonera, al son de boleros coreados por los parroquianos ebrios del chinchorro dormía yo a gusto. Porque eso sí, mis viejos se aseguraron de que cada uno de sus hijos aprendiera a dormir con ruido, para que se quedaran dormidos donde quiera.

Y al son de la vellonera….”Amada mía…grata sorpresa la que me has dado” de Cheo Feliciano se injertaba en el cerebro de mi hermano Joe y sus primeros amores. Luego venía Roberto con su “Marejada felíz… vuelve y pasa por tí” (y yo durmiendo en el corral). A el Georgie, el mayor, ni fu ni fá como diría Tego pues hijo parido por Led Zepelling, Pink Floyd y los otros daba media vuelta y se marchaba del chinchorro dejándome a mi, qué creen…durmiendo.

Así mis viejos se gozaban la vida, beber y bailar pero siempre cargando con su tribu. Con un corral para todos lados, con dinerito suficiente para las cervezas y el ron pero siempre para los gustos de los nenes. Que aprendí a devorar Piononos, Alcapurrias, Rellenos de Papa y todas esas “tapa arterias” que ahora desfilan por mesones gastronómicos confeccionados en miniatura como amuse bouche para entretener a los críticos con “Sal” de Puerto Rico.

Imagínense ahora si yo me voy de antro en antro con un “playard” y mis hijos a cuestas. Me llaman a Servicios Sociales en un dos por tres. Y el corre-y-corre, el llanto, la verguenza, las súplicas, el escupir de ojos que me toquen a uno de mis hijos. Por eso si salgo, salgo con el dueño de la casa, pero como la conciencia nos carcome salimos a lugares apto para niños. Y mis hijos aprendieron a ser “foodies” como su mamá y su papá. A tal punto que mi hijo es capaz de devorar una langosta, la más grande que el mesero le pueda traer y chuparse hasta los ojos…tal y como su abuelo le enseñó. ¡Nieto de gato, caza filet mignon!

About Jess!

Consultora de Operaciones de Alimentos y Bebidas. Catadora común y corriente de los placeres de la carne y los espíritus destilados y fermentados.Expertise en Servicio al Cliente...

2 responses »

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